Una ciudad portuaria, marinera y pescadora lleva una vida que se desenvuelve alrededor de navíos, gaviotas, sus galpones, almacenes o bodegas como las quieran llamar de donde emanan olores a cacao, café o madera, las oficinas de los comercios, los agentes navieros las aduanas y claro su muelle.
Los caleteros, carpinteros, marineros, pescadores, campesinos, funcionarios y mandaderos, los militares y los curas todos forman parte de la vida de una ciudad de los siglos XIX y XX como la nuestra. Unos ciudadanos bien vestidos y otros con muy pocas prendas, en las calles, en las casas comerciales, oficinas y botiquines se oyen varios idiomas, pequeñas y enormes ventas se tranzan con facilidad en cualquier plaza, desde la venta de un guarapo de papelón hasta grandes cantidades de fanegas de cacao y café, olorosos granos.
Algunos políticos conspiran contra el gobierno y el régimen lo hace contra ellos. Una pausa en la conversación y un mozo lanza un piropo, el viento eterno atrevido quiere levantar una falda y unas manos delgadas y blancas terminan con el intento de mirar más allá de las pantorrillas, entre graznidos de gaviotas y grotescos silbidos de marineros caminan las mujeres desconcentrando a los hombres de sus sueños de grandeza.
Por otro lado, la buena marcha de las actividades comerciales conduce a los empresarios a organizarse y crear cámaras de comercio, la nuestra es una de las primeras en Venezuela. Los ciudadanos extranjeros que llegaron ayer humildes en una época eran en pocos años de duro batallar apreciados y respetados señores, en su mayoría corsos, también habían españoles, italianos algunos ingleses y alemanes venidos sobre todo para la de la explotación de las minas de azufre de El Pilar.
Un privilegiado lugar poseían los funcionarios de la Hacienda Pública, una de las instituciones de mayor jerarquía de esos siglos era la aduana, Puerto Cabello, La Guaira y Carúpano figuraban en ese tiempo entre las principales, formar parte de ese estamento burocrático daba a sus empleados un aire de importancia bien merecido. Estos empleos tenían una alta carga de responsabilidad política que podía ejercer por medio de todo tipo de represalias para aquellos que disentían del gobierno, veamos el siguiente asunto. Por razones de privacidad obviaremos los nombres y apellidos de las familias víctimas de estas venganzas.
En 1867 bajo el mandato de Juan Crisóstomo Falcón se presentó un supuesto caso de contrabando:
“…teniendo como contraventores a los señores… y … y
Compañía los cuales deben satisfacer al erario nacional los derechos de arancel
de dicho cargamento y 400 pesos sencillos (320 venezolanos) de multa por los
dos bultos que aparecieron mercancías ocultas en falsos según el artículo…que
además deben satisfacer las costas procesales y consignar el papel sellado
equivalente al común invertido para inutilizarlo en el expediente y que se hallan
exentos de toda responsabilidad la goleta “Nueva Amalia” y su capitán Juan
Montaño“ (p. 53)
Los involucrados finalmente apelaron a la multa disminuyendo el monto significativamente, aunque ante el entramado judicial de la época y por los conflictos políticos y militares no consiguieron demostrar plenamente la inocencia de la que eran dueños. Muchos ciudadanos corrieron con menos suerte y terminaron presos en las cárceles de Caracas y Puerto Cabello por los largos años o hasta la muerte.
Otro punto que refuerza la importancia de nuestra aduana es la siguiente y en la cual se explica hasta donde abarca el resguardo y jurisdicción de las actividades administrativas de la misma por medio del Código de Hacienda de la época 1873 y bajo la égida de Antonio Guzmán Blanco.
El primer resguardo abarcaba a partir del Morro de Chacopata con toda la costa y los islotes inmediatos hasta el promontorio de Paria dividido en los resguardos siguientes: Saucedo que vigilara comenzando en el Morro de Chacopata llegando a la punta occidental de la bahía de Saucedo. El de nuestra ciudad estaba enmarcado a partir de la cumbre occidental de la ensenada de Saucedo a la punta de la rada de Carúpano y el último que comenzaba en Río Caribe desde la ensenada de Carúpano y llegaba al peñón de Paria.
El personal para llevar a cabo la extensa labor de esta aduana consistía en un comandante, 5 cabos, 17 celadores, 4 patrones distribuidos en los distintos puntos de resguardo. Su tarea como podemos imaginar pasaba de lo administrativo a lo político, cualquier movimiento extraño era reportado al jefe de la aduana y de ahí a los centros políticos.
Desde el punto de vista de la movilidad económica es indudable que el puerto con su aduana fue siempre un lugar de encuentro entre las juntas de fomento comerciales para lograr el mantenimiento, ampliación del muelle y sus instalaciones además de la construcción de obras que servirían de apoyo al servicio portuario como vimos anteriormente en otra entrada llamada “El faro del puerto de Carúpano. Año 1863”.
La brisa del mar en la tarde, su intenso calor al mediodía y la bruma salitrosa de sus olas cubren con su manto esta región, el paisaje marino esa acuarela en movimiento de barcos y pasajeros embarcando, desembarcando, acarreando y almacenando. Nada escapaba al ojo avizor de los empleados aduaneros los cuales revisaban hasta la contratación del servicio de una canoa, los funcionarios de la aduana intentaban controlar todo.
Por cierto nuestro paisano el historiador Bartolomé Tavera Acosta fue segundo oficial de la Aduana en 1887, hijo de Juan Bautista Tavera ciudadano francés que lucho en la guerra federal bajo el mando del general José Eusebio Acosta (otro carupanero) del que hemos leído en una reseña titulada, “Combates en la calles. Cuartel General de Carúpano, 25 de junio de 1871” publicado el 11 de octubre.
Hasta aquí el artículo de hoy, gracias por seguirme espero sus comentarios.
Acuerdos y sentencias de la alta corte federal. Compilados de orden del ilustre americano, General. Guzmán Blanco, Presidente de la Republica 1875. Caracas Imprenta Federal. Esquina de La Torre 1875.
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