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miércoles, 11 de agosto de 2021

LOS CARRITOS CHOCONES (1960-70 y 80)

 

 


¡Llegaron los carritos chocones, los caballitos, llegó la estrella!    En la orilla de la playa de nuestro puerto lleno de hechos históricos; donde el general Bolívar caminó y oteo su horizonte, se repelieron invasiones de países enemigos, donde además presenciamos guerras civiles y alzamientos militares. Lugar de llegada de enormes navíos como: el Orange Nassau, Cottica, El Paparo, tiempo después navíos de la armada y submarinos así como como el buque oceanográfico Calipso de  Jacques-Yves Cousteau y tantos más.

     En los años ochenta los ferris Isla de Coche e Isla de Cubagua navegaban entre nuestro puerto, Margarita y La Guaira. Mercado de exportación de productos agrícolas, estación de arribo del teleférico con mineral de azufre desde El Pilar, testigo del paso del tranvía por la avenida Cartagena, iluminados por su faro.

     Testigo de los desfiles de carnaval con los “muñecos cabezones”, el cacharrito y las carrozas entre las que recuerdo las de las colonias españolas (nuestro padre Ruperto Arrocha Tavio diseño y las construyo casi todas), la colonia árabe, la italiana. Durante años nuestras reinas como; Catalina Martínez Latuff (1967), Ana Rojas Bertti (1968), Bárbara Toevs (1969), Carmen Ferrer (1972), aparte de saludar desde sus carrozas muy probablemente chocaron con sus cabellos sueltos en aquellos furtivos parques mecánicos.

      No se puede olvidar las calles cubiertas de bambalinas que todos los años se recogían y guardaban para el próximo carnaval. Y estaba de moda la melodía “Abajo en la esquina” del grupo Credence Clearwater Revival.

     Transformado su litoral con la construcción de la avenida perimetral Rómulo Gallegos, cambio su rostro colonial por una cara moderna. Una plaza para sus carnavales, que se hicieron famosos al pasar de los años con una moderna concha acústica para los principales eventos musicales y culturales. Eventualmente lugar de confrontación de peleas callejeras a puñetazo limpio.

     A su lado en una hondonada flanqueada por la desembocadura del rio Candoroso, llamado despectivamente por los carupaneros como “Guatero”, fue el lugar preferido para instalar los circos y las compañías de entretenimiento mecánico. Desplazando por momentos a otras locaciones; el Mangle, el Boquete, el Yunque, Los Molinos. Parques más modestos con tres o cuatro diversiones se ubicaban en Tío Pedro, antes de remodelarse la Plaza Sucre, Macarapana, Playa Grande y otras localidades.

     Nuestro litoral, presenció el caminar de ciudadanos a sus tareas diarias en el muelle y la aduana. Siempre había tiempo para las citas de los amantes y los conspiradores. Senda de tristes cortejos fúnebres en los hombros de parroquianos acongojados rumbo a la iglesia Santa Rosa y el cementerio.

     Escenario en la desembocadura del rio del primer evento que yo recuerde de “moto cross” con motocicletas de paseo y teniendo como temerario piloto al frente a “metralla”, cuyo nombre de pila no recuerdo.

     Las principales diversiones eran; los carros chocones para adultos y para niños, la casa del terror, la estrella, la silla voladora, los tazones, montaña rusa, el carrusel para niños y otros para jóvenes, que aquí llamábamos los caballitos, bellos corceles de madera o plástico que giraban, vivamente coloreados que subían y bajaban con los niños, a veces sostenidos por sus padres que aprovechaban para darse “una colita”.

     Y para adultos, existía un “cuadrilátero” que en el centro tenía una mesa llena de botellas de licor en forma de pirámide, en su base ubicaban las botellas más económicas, como “vino pasita” y en la cúspide las bebidas de mayor precio. Se compraba un ticket para unas tres argollas que había que lanzar con puntería y ensartar en el cuello del recipiente para ganarla, algunas tenían atadas con una liga de goma algunos billetes de alta o poca denominación según el lugar de asiento en aquella abigarrada estructura.

     Si un menor de edad pretendía adquirir las anillas, el encargado, por lo general un hombre mal encarado, podía decirte algo como, “tú no puedes eres muy carajito”.

     Los kioscos de apuestas no faltaban y viejos tahúres se colocaban cerca de las diversiones para hacer de las suyas. En unas mesas con precarios techos y en las noches tenuemente alumbradas, con un dado enorme o una misteriosa tómbola con la que los dueños siempre terminaban ganando, hacían de las suyas, cada número estaba representado por un animal o una figura.

      ¡Saliooo el tres, el caimáaan!, ¡repitió el seisss, la iglesia! Gritaban tratando de llamar la atención de la gente. Un apostador ganaba y nueve perdían.

    La música se expandía con aquellas cornetas cónicas ubicadas estratégicamente en lo alto de los postes y desde la tarde empezaban hasta terminar a media noche. Su presencia estaba garantizada en fechas como diciembre, carnavales, semana santa, vacaciones escolares o fiestas patronales por esos días segurito que estaban presentes.

     Como escapado de un circo o quizás había trabajado en alguno, aquel hombre encargado de recoger los boletos, saltaba de un vehículo a otro apoyado sobre las gomas negras que servían para amortiguar los golpes, girando como bailarín y haciendo piruetas, sosteniéndose en el poste por el que se alimentaban de corriente aquellos “veloces” aparatos pintados de los más vistosos colores, llenos de chispas que caen del roce de una antena que contactaba en lo alto una malla electrificada. Todo un maromero entre el trafico chocón.

     Cuando el parque iniciaba sus labores, como a eso de las cuatro o cinco de la tarde, la pista estaba siempre desocupada y podía uno pasear plácidamente por toda ella, sin las preocupaciones que causaba el tráfico. Al terminar el “set” y quedar los carros regados por el lugar daba envidia ver al encargado estacionarlos todos con una pericia extraordinaria, de retroceso los colocaba uno pegado al lado del otro esperando nuevos choferes.

     Rodábamos entre el olor a gasoil rociado en la pista, el ruido del generador eléctrico. Su humo y el tosco ruido del metal de las ruedas que ocultas por debajo permitían avanzar al aparato. Nos ubicábamos expectantes en el borde de la estructura para saltar sobre el carro más rápido o en el que pudiéramos, peleándonos para “agarrar” uno, en oportunidades no se podía y había que esperar nuevamente que transcurrieran los tres  o cinco minutos que se nos hacían interminables y cortísimos para los que conducían buscando a la muchacha bonita, conductora que aterrada giraba en círculos o se pegaba en un borde recibiendo instrucciones y abucheos todo el  público incluyendo familiares y amigos. 

     Nuevamente la acción salvadora del equilibrista, del trapecista de las chispas que mágicamente y de la nada aparecía como “Mandrake el Mago” y la despegaba de aquel lugar, segundos antes que la “chicharra” sonara, indicando que se terminaba el tiempo para esquivar o continuar chocando. Nuevamente la correría, los resbalones y cuando pensabas que ya podías montarte en tu bólido, resulta que el chofer tenía una “catajarria” de tiques, o era familia (con boletos de cortesía) del empleado cobrador, árbitro y domador de enfurecidos usuarios que debía correr al tráiler a pasar la corriente y comenzar nuevamente a contar los minutos del “round”.

     Decepcionados después de varios intentos nos retirábamos o retiraban arrastrándonos de la mano, resignados o frustrados a usar la entrada en otro de los aparatos mecánicos. La silla voladora era la consolación de los que no podíamos acceder a los carros chocones. Nuevamente la “matazón” para atrapar la silla pero con menos personas. Girábamos alcanzando al de adelante para luego impulsarlo con las piernas mandándolo por el cielo y escuchando a lo lejos la reprimenda del encargado. La “gigantesca” estrella quedaba relegada para los enamorados o los que gustaban de la suave brisa marina carupanera.

     Sobre nuestras cabezas las bambalinas, triángulos alargados extendidos por todo el cielo tapaban las nubes o la luna con sus colores; verdes, rojas, blancas, azules y amarillas, tronaban con el viento entre los gritos de los muchachos y el lento caminar de las parejas esquivando a los traviesos que corrían con sus algodones de azúcar o cotufas en las manos.

     Nuestros vendedores de “esnobor” y “raspaos o cepillaos”, atendían como podían a un remolino de apurados clientes que querían seguir divirtiéndose. Entre los sabores favoritos estaban; jovito, coco rosado, coco papelón, frambuesa, limón y tamarindo. El olor de las comidas; parrillas de pollo, empanadas y pinchos que quien sabe de qué carne eran, impregnaban el ambiente entre el humo de tabaco, tragos de ron y algunas cervezas.

      Y de los circos ¿a los circos? Esa es otra historia que narrar.

    Post data:

    En oportunidades estas breves y humildes entradas aportan poco o quizás nada, si lo que buscan son fechas, datos o bibliografía. Pero llevan implícita la posibilidad que los lectores plasmen sus aportes y comentarios,  bajo sus experiencias de vida y recuerdos, para que “alguien” pueda desarrollarlas con rigurosidad académica, que por cierto, no es mi propósito.

     Autor: Moisés Arrocha González

     Nota: la caricatura que acompaña estas líneas pertenece a uno de mis hijos Moisés Daniel  Arrocha Jiménez.


sábado, 17 de julio de 2021

El huracán que destruyo Carúpano y Margarita (año 1933)

 


Cuando en Paria amanece nublado, con truenos y relámpagos, nos vienen a la memoria los cuentos de los abuelos referidos a los huracanes. Contaban los “viejos” que en el año 1933 un día martes 28 de junio, ocurrió una verdadera calamidad que generó grandes pérdidas económicas y de vidas, en toda la península y en la Isla de Margarita.

     En Europa otro huracán se preparaba para arrasar todo ese continente por varios años, Adolfo Hitler lograba ser nombrado canciller de Alemania por el presidente Paul von Hindenburg. Pero esa es otra historia triste.

    Las fuentes informativas consultadas, fundamentalmente periódicos de la época,  coinciden en señalar que el vendaval tomo una “ruta” casi inusual para ellos, siempre pasan más al norte o más abajo, por el Orinoco. Pero este atravesó desde el sur de Trinidad, arrasando la población de Cedros, destruyendo unos 30 pozos petroleros y derribando postes de luz, telégrafos y teléfonos además de una cárcel de donde huyeron algunos presos. Entro a tierra firme por Pedernales y supero las montañas Parianas en dos terribles horas, continuó rumbo a Margarita (Pampatar, La Asunción) y luego por el Caribe (La Blanquilla) devastado todo a su paso. El desastroso itinerario de este huracán sin nombre siguió más o menos así; el 1 de julio pasa al sur de Jamaica, el 3 de julio al oeste de Cuba, entre el 5 y el 8 de julio penetra en el golfo de México tocando territorio continental y disipándose después de arrasar con cualquiera obstáculo en su camino.

     En Paria, Margarita y en todo Oriente se usaba como fecha de referencia el “vendaval del 33”. Por ejemplo: “paito y maita” se casaron siete años posteriormente a lo del ciclón, “cuando el vendaval paso ya tu abuelo se había muerto”. Después de aquel hecho vendría como es de imaginar, una epidemia de paludismo seguida de una hambruna que la gente bautizo “la maestra”.

     Por una parte resultaron fuertemente afectados; Carúpano, Puerto Santo, Rio Caribe, Yaguaraparo, por otro lado Tunapuy, El Pilar, Casanay, Nueva Colombia y toda Paria. Cariaco y sus  caseríos quedaron sumergidos por el agua desbordada del rio Carinicuao. Procedente de Pedernales (seguro la etnia warao tendrá entre en su historia algo de este suceso) y Guanoco, salió rumbo a Margarita. Un huracán es según la mitología Kuai-mare un espíritu que anda con la cara tapada para no provocar vientos, huracanes o terremotos, pero que una vez al año se la levanta y aviva estas catástrofes. Los indios Caribes llamaban a la tormenta, el padre de los vientos.

 

    Hoy podemos por medios digitales y tecnológicos ubicar páginas especializadas y hacerle seguimiento desde; satélites, radares y aviones y previendo con cierta antelación su posible recorrido.

      Ud. puede acceder a la https://www.star.nesdis.noaa.gov y buscar un evento de esta naturaleza en cualquier lugar del mundo. Pero esto no nos pone a salvo de su trayectoria. En aquellos años por medio de telegramas enviados desde algún navío bien equipado, podían, realizando lecturas de la presión barométrica y avisar a algún puerto o buque cercano y entonces presuponer la presencia de un huracán, era de todo lo se disponía.

     Seguro que en su violento transitar por el delta del Orinoco volaron dantas, chigüires, báquiros, perezas, y terminaron nadando gavilanes, guacamayas, pericos, loros. Se escondieron los manatíes, toninas, los monos capuchinos y araguatos, mapanare, babos, iguanas y hay quienes afirman que en ese viaje vinieron de otras latitudes (Surinam y Guayana francesa), la Hylesia Metabus (palometa peluda).

Relata Rommel Contreras, investigador y docente de la UDO Cumana, en su trabajo titulado: El Huracán de 1933, La gran tormenta o vendaval (2013):

 “Papá en Río Caribe, en compañía de su abuela materna (mamá Rita), acostados en el catre, soportaron toda la noche el ruido de las gotas de lluvia que caían como cascajos en el techo, y anegaron la casa. La anciana (hija de isleños), había escuchado de su padre historias de huracanes, por lo que en sus oraciones (que después fueron poemas) pidió con fe la salvación del pueblo y de sus campos. La familia en Río Salao estuvo preocupada porque suponían que a los de Río Caribe se les iba a caer la casa encima”(P. 2)

 Antes del huracán del 33 se tiene información de otros antecesores, el San Calixto que arraso con las Antillas menores en octubre de 1780 y también algunos de gran fuerza y embate en los años 1877 y 1892. En el siglo XX para 1933, 1974, 1988 y 1993.

     Cuando la tormenta Alma en 1974 vivíamos en Tío Pedro y recuerdo que en el puerto estaba un navío militar, un trasporte de tropas, que debieron resguardar adentrándolo un poco en la bahía de Hernán Vásquez, fueron dos días de vientos y lluvias y el 14 de agosto, un avión de Aeropostal se estrelló contra el cerro El Piache, en Margarita. Fue la primera tormenta de la que se tenga información que afectara a Trinidad y Venezuela.

 

     La hora en que se produjo el paso del vendaval, en el día contribuyo a que la cantidad de afectados fuera menor de haber ocurrido en la noche el número de víctimas habría sido mayor, aunque les toco pasar varias noches a oscuras y trabajando para reparar lo que era suyo y lo que no también.

     No logre ubicar el nombre de embarcaciones afectadas aquí en Carúpano, pero si se sabe que el puerto quedo muy afectado, en Margarita  se hundieron la goleta “Ana Teresa”, el bote “San Juan Bautista”, la balandra “Magnolia” sufrió serias averías, este fuerte huracán produjo el célebre naufragio también de la balandra “Palmira”, hundida en Pampatar que ocasiono numerosos muertos y pérdidas materiales. Es mes junio del 33 fue de abundantes lluvias en toda la región oriental algunos datos señalan que en ese año se registraron más de 20 huracanes en el mar Caribe.

    Decir que el huracán afecto el desarrollo regional es obvio, a esto se sumaron los problemas económicos mundiales (crack de 1929) haciendo bajar los precios del cacao y el café, además de la falta de afecto que sentía por esta tierra el general Juan Vicente Gómez por haber sido derrotado y herido, la única vez en su vida, en nuestra ciudad el 5 de mayo de 1902.parte importante de la información aquí plasmada se logro obtener por historias de vida repetidas por nuestros abuelos.

     Investigar intentando conseguir algo nuevo que aportar a hechos históricos desde Internet parece fácil, pero no, no lo es, son horas y horas, interrumpidas por las tareas habituales. Eso sí, escribe uno estas líneas con mucho gusto, saludos. 

 

 

Notas orientadoras

ORTIZ, Fernando. El Huracán. Su mitología y sus símbolos. 1ª. Reimpreso. México: F.C.E, 1984.

SOSA HURTADO, Marina; DEL SOL HERNÁNDEZ, Acacia. Variación del estado del mar al paso de las ondas tropicales por el mar Caribe. Revista de Climatología. Cuba: Instituto de Meteorología (CITMA), vol. 2, 2002.

NATIONAL OCEANIC AND ATMOSFERIC ADMINISTRATION. National Weather Service, Tropical Prediction Center, National Hurricane Center. NH/TPC Archive of Past Hurricane Seasons. [En línea]. <http://www.nhc.noaa.gov/pastall.shtml>. [28 de julio de 2021].

CONTRERAS, Rommel. EL HURACÁN DE 1933 / La Gran Tormenta o El Vendaval. 2013 rommeljose@gmail.com

GOMEZ, A.F. “El Huracán de 1933”, Editorial Trillas, Venezuela Fundación Neospartana. 1983

 

 

 

 

 

 


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